Teníamos la esperanza de que cuando finalmente alcanzara la Presidencia de la República se convirtiera en todo un estadista.

Pero resultó un fiasco.

Quedó reducido a lo que siempre ha sido: un simple charlatán, un merolico vocinglero en las llamadas “mañaneras”, como lo fue todo el tiempo en sus mítines populacheros.

Lo peor es que a sus ya proverbiales mentiras, a sus palabras engañosas y a su actitud muchas veces pendenciera, Andrés Manuel López Obrador suma ahora el triste papel de marioneta o títere de las Fuerzas Armadas, muy en especial de quienes son jerarcas en la Secretaría de la Defensa Nacional.

Y es que, desde que siendo Presidente Electo se reunió con el cuestionado general Salvador Cienfuegos, ex titular de la Sedena, cambió radicalmente de opinión o, en el peor de los casos, lo obligaron a mudar radicalmente de creencias.

Si antes criticaba la militarización que llevaron a cabo Felipe Calderón y Enrique Peña –en realidad comenzó desde el sexenio de Luis Echeverría— al tener en las tropas de la Marina y del Ejército a los encargados de combatir a la delincuencia, casi de inmediato él les amplió ese rol e, incluso, les dio más tareas y, claro, más recursos presupuestales.

Sumaron a su fuerza armamentista la fuerza del capital.

E incrementaron su injerencia en los asuntos públicos, incluso en los políticos.

Calderón y Peña resistieron las andanadas de la milicia cuando almirantes y generales les demandaban que les dotara de un marco jurídico que legalizara la actuación de sus efectivos en labores de seguridad pública, pues desde siempre habían actuado al margen de la Constitución y de la ley. Ambos hicieron como que la Virgen les hablaba.

López Obrador, por el contrario, ha empleado todos los recursos del cargo que ocupa para intentar disuadir, primero, y después presionar, chantajear y hasta comprar las voluntades de buena parte de los legisladores a quienes no convencía la ampliación de la presencia en las calles de las Fuerzas Armadas hasta el 2028 –en detrimento de las policías municipales y estatales a las que se les han quitado recursos y capacitación–, mediante una apresurada y mal hecha iniciativa aparentemente surgida de las filas priístas.

Un mal paso del presidente – marioneta.

Un pésimo paso del país hacia el dominio ya casi absoluto de las Fuerzas Armadas en la vida pública nacional.

Ojalá que quienes, en su ignorancia o por conveniencia, hoy aplauden la militarización no se arrepientan de esta traición.

López Obrador el primero.

Ojalá.