Francisco Gutiérrez Sanín

Terminamos el años en medio de ruidos y estridencias. Bombazos en Cúcuta. Paro armado en Argelia. Asesinatos de líderes sociales. Escalada de las masacres (que, según Indepaz, ya casi baten la lúgubre marca del año anterior). El reporte de la espantosa masacre cometida por la policía en Bogotá, que no vieron sino aquellos que deliberadamente no querían mirar. Y una ofensiva sistemática contra las libertades públicas, que encabezó el mico colado en el proyecto anticorrupción, pero que de lejos no se reduce a él. El mico este era un globo de prueba. Hemos visto en los últimos años varias intentonas de estas y es perfectamente factible que nos topemos con otras en el futuro inmediato.

Cierto, en contraste hay noticias buenas, incluso esperanzadoras, comenzando por la mayoría femenina en la Corte Constitucional, según reporta este diario. También, el crecimiento económico, la reactivación. Nada de esto se puede o debe ignorar.

Sin embargo, no basta con constatar que el sabor de la información cotidiana es ahora agridulce. Siempre lo es. En algún momento toca hacer un balance, alrededor de un conjunto de preguntas claves. Una de ellas es, por ejemplo: ¿es esta la cara de la proverbial “paz estable y duradera”?

No quiero hacer el papel de aguafiestas, pero creo que la respuesta es no. En cuanto a estabilidad, tenemos más bien poca: andamos de sobresalto en sobresalto y es casi seguro que en ese sentido la situación sólo se pondrá peor en un período electoral en el que las fuerzas oficialistas están por un lado muy rezagadas y por el otro expresan hostilidad activa hacia cualquier forma tranquila de alternación en el poder.

 

COMPARTIR