Enfoque Informativo

“Sentías que movía el piso, como que te quería arrancar”, relata lugareño

Pie de la Cuesta tiene una calle principal, alojamientos turísticos, bares y restaurantes, residencias de gente de dinero —muchos de ellos, extranjeros— y otro puñado de casas donde vive la gente del pueblo: La trabajadora, la pobre.

Cuando Otis golpeó la costa, su ubicación, que un día corriente sería considerada un paraíso natural, la convirtió en una diana especialmente vulnerable. Los habitantes han resistido ya una semana sin luz, agua, conexión a internet ni apenas comida. Aunque muchos han desistido ante el destrozo y se han refugiado con familiares o amigos.

A los lados de la carretera se apilan montañas de escombros, basura, árboles y postes de la luz arrancados de cuajo. Hay militares que conducen carretera arriba y abajo; tiendas saqueadas por la necesidad; camiones médicos; una larga fila para recoger comida y productos básicos de la parte trasera de un camión; otra para llenar los garrafones de agua; otra para sacar dinero del banco del Ejército, aunque no haya donde gastarlo.

María de Jesús Abraham Rivera (46 años) camina entre las ruinas de lo que fue su restaurante, que, sobre la arena de la playa, encajó el impacto de Otis sin nada que lo amortiguara. “Aquí estaba la enramada; aquí una piscina para los niños porque es mar abierto y es peligroso”. Ahora todo es una maraña de madera, sillas y mesas rotas, hojas de palmera que hacían de techo, arena y cocos. “Dicen que los daños materiales se pueden recuperar. Eso será para la gente de dinero. Nosotros, ¿de dónde? Nosotros no: esto es lo que tenemos, es el esfuerzo de muchos años. Mi papá hizo la cabaña e hizo todo. Ahora que ya no está él, la mano de obra es muy cara. La verdad, sí estamos olvidados. Aunque estemos rodeados de casas de puro dinero”, lamenta la mujer.

Todavía llora cuando recuerda la llegada del huracán. Lo único que sabían unas horas antes era que una tormenta tropical estaba en camino. El colegio de sus hijos (9 y 10 años) canceló las clases. “A partir de las 7 empezaron a decir que había subido a huracán de categoría 1, categoría 2…. A las 8 se termina el transporte, ¿qué íbamos a hacer?”. A las 11 se acostaron. Y a las 12 un viento de 250 kilómetros por hora llamó a la puerta con una furia inédita en estas costas.