Por Mario Fernando Prado

Gran parte de los abstencionistas viven en la zona de confort del “importaculismo”, sumidos en un egoísmo imperdonable, sin interesarles lo que sucede a su alrededor. Les da lo mismo estar aquí o allá con tal de que no se metan en sus castillitos de cristal y, en fin, no los joroben o, mejor, no les jodan la vida.

Seguros como creen estar en sus burbujas, no les interesan las injusticias ni los clamores de quienes repelen con sus actitudes petulantes, sus miradas por encima del hombro y su falta de solidaridad. “Eso no es conmigo”, “eso no es problema mío”, son frases comunes que suelen espetar, creyendo que su mal llamado bienestar les va a durar toda la vida.

Y así pasan su existencia, transmitiendo su apatía a sus descendientes, quienes ya andan raspando la olla, aunque eso en nada les hace variar sus actitudes cómodas, porque no conocen la palabra compartir: todo es para ellos y para nadie más.

Pero, así como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, esas bonanzas displicentes se pueden acabar más temprano que tarde. Si creen que me equivoco, miren no más a sus vecinos venezolanos y más recientemente a los peruanos o a los chilenos; jamás se imaginaron lo que les iba a suceder y están arrepentidos de no haber tomado partido para defender lo que tanto disfrutaron y hoy han perdido casi que irreversiblemente.

Estoy hablándoles a esas personas que el día de una de las elecciones más cruciales de nuestra historia se van a ir de puente, de farra o se van a quedar en sus casas, viendo películas o practicando ellos el “rasking ball”, totalmente desconectados de lo que está en juego y cuyos resultados van a afectar su ociosidad.

Si esas personas indiferentes y abstencionistas tienen la más mínima conciencia y acuden a las urnas, otro gallo nos cantará el 20 de junio. Pero si no lo hacen las consecuencias van a ser funestas. Y después que no se quejen, porque habrán sido los artífices de una incertidumbre que se sabe dónde comienza, pero se ignora en qué terminará.

Estamos pues a tiempo para que esos colombianos que nunca han acudido a las urnas salgan de su zona de confort y voten, acto que no les significará más de tres horas, en el peor de los casos, y podrá salvar la patria.