Por Julio Borges

Después del anuncio de los Estados Unidos sobre su nuevo plan migratorio para los venezolanos, me ha venido a la mente muchas anécdotas de la famosa calle Bernauer Strasse, una localidad de Berlín que en 1961 pasaría a ser el epicentro de una frontera que dividió profundamente los horizontes de una sociedad.

En aquel entonces, una vez se levantó el muro, muchos vecinos de esta calle quedaron atrapados en los dos extremos de aquella Alemania. Para algunos se le habían cerrado las puertas, pero no las ventanas. Por eso algunas personas se colgaron mediante cuerdas y otras saltaron desde los pisos para caer del otro lado del muro. ¿Qué era lo que les motivaba a hacer esas acrobacias? Una sola palabra: futuro. Y ese futuro solo podían conquistarlo del lado occidental, donde reinaba la libertad y el respeto a la dignidad humana.

A comienzo de año escribí un artículo sobre la metamorfosis de la migración venezolana. Allí cocinaba razones sobre cómo de manera tibia se empezaba a asomar la tendencia de que los venezolanos ven a Estados Unidos como el destino final para su proyecto migratorio. Las imposiciones de visas en los países de la región, la creciente estigmatización, la profundización de la crisis interna y la falta de oportunidades en América Latina eran algunos de los síntomas que para el momento nos permitía advertir sobre una tormenta inminente, que lamentablemente hoy ya no es una posibilidad, sino una realidad que posa frente a nuestros ojos, con el agravante de que en el medio ha arrastrado consigo múltiples vidas de inocentes que no han encontrado un final feliz luego de transitar la peligrosa selva del Darién.

En lo que va del año, según cifras del Gobierno de Panamá, más de 100.000 venezolanos han cruzado el Darién. Un territorio dominado por grupos armados, especies salvajes, intensos torrentes y otro sin fin de males. Un paso fronterizo que se ha convertido en la rutina de miles de migrantes que persiguen un futuro promisorio que el régimen dictatorial les arrebató. Una selva, que antes era atravesada por personas de Cuba y Haití principalmente, es hoy la luz para muchos con acento venezolano, que la perciben como la oportunidad de acariciar el famoso sueño americano que de al traste con tanta penuria.

La dictadura de Maduro parece miope frente a este drama. Banaliza el dolor que encarna el Darién al catalogarlo de “show” y casi que de cinta cinematográfica producida en laboratorio hollywoodense. Nada más inhumano y cruel que pensar que la decisión de emigrar, sin importar los riesgos de un trayecto, obedece a una especie de moda y no a una situación de desesperación por una vida llena de carencias. Actitudes como estas son las que dejan en evidencia el carácter indolente de un régimen que nunca le ha importado el bienestar del pueblo venezolano, por eso sometió al país a una de las peores tragedias humanitarias que se conozcan en este hemisferio del mundo.

Por otro lado, el Gobierno de Estados Unidos anuncia un nuevo programa migratorio para acobijar a 24.000 venezolanos y descongestionar la situación fronteriza que se vive producto del aumento del flujo migratorio por la selva del Darién. Es una política que ofrece la oportunidad de, a través de un patrocinador, ingresar a Estados Unidos por vía aérea sin necesidad de visa.

Sin embargo, esta política tiene sus respectivos signos grises. Por un lado, presenta deficiencias en cuanto a cobertura, ya que está limitada a un universo de 24.000 personas, una cifra irrisoria si se toma en cuenta que solo en el mes de septiembre arribaron a la frontera entre México y Estados Unidos 33.000 emigrantes. Eso significa que muchas personas quedarán rezagadas y no podrán optar para ser incorporados al programa. Por otro lado, se advierte a los migrantes que una vez se ponga en funcionamiento el plan migratorio, todos los que arriben a los Estados Unidos por la frontera serán devueltos, lo cual no solo es inexplicable sino violatorio de muchos de los acuerdos internacionales suscritos. Deportar migrantes venezolanos desconoce su condición de refugiados y transgrede el principio humanitario de no devolución.

Por último, esta iniciativa parte de una premisa errada y es el hecho de creer que el flujo migratorio se desincentivará, impactando positivamente en el alivio del caos fronterizo. Nada más alejado de la realidad. La experiencia nos ha enseñado que hasta tanto no haya una mejora de las condiciones de vidas de los venezolanos internamente, no se frenará el éxodo masivo. Por el contrario, seguirá creciendo. Colocar barreras fronterizas o restricciones migratorias no reduce los deseos de futuro de la gente, solo agudizan el sufrimiento de los migrantes y potencian la migración irregular.

Estamos frente a una decisión de los Estados Unidos que solo ataca las consecuencias de un problema y no su causa, da una solución simple a un drama de proporciones más grandes. El origen de este éxodo masivo es la dictadura de Nicolás Maduro, que ha conducido a una ruina sin precedentes a Venezuela y eso ha derivado en la peor tragedia humanitaria. Los venezolanos hoy devengan menos de 20 dólares mensuales de salario mínimo, no tienen acceso a servicios públicos, gozan de unos centros de salud completamente desasistidos, donde conseguir insumos médicos es la excepción y no la regla, y padecen los efectos que supone vivir bajo una dictadura. Bajo ese panorama desolador no hay persona que pueda vislumbrar una vida digna. No hay un ser humano que visualice un futuro promisorio, a menos que forme parte de ese 1 % que se lucra de la tragedia humana para sostener al dictador.

Aunque cueste entender y aunque sea difícil de asimilar, la única solución a esta situación es que Maduro y su círculo abandonen el poder. Su permanencia en la presidencia no es compatible con la felicidad de los venezolanos, tampoco con la estabilidad de la región. Urge crear un plan para presionar dentro y fuera de Venezuela, con el fin de desalojar a la dictadura del poder y devolver la convicción de futuro a nuestra gente.