Enfoque Informativo
¿Por qué gritamos las personas? Por lo general, el grito es una función expresiva con la que transmitir sorpresa, miedo, ira o indignación. También recurrimos a ese mecanismo para alertar a otros de un peligro, tal y como sucede en el reino animal. Más allá de estos mecanismos, dicho acto está fuera de lugar.
Sin embargo, ahí están quienes son incapaces de hablar sin gritar; quienes, a falta de argumentos, arremeten con su voz a mil decibelios. Y, en efecto, estas dinámicas resultan lesivas para quienes son depositarios de dichos arrebatos, de estos actos que desestabilizan, hieren y preocupan. Porque nada puede ser tan adverso como tener unos cuidadores o una pareja que nos grita.
La comunicación y nuestras emociones, cuando la mente colapsa
En una relación de pareja, no es extraño que se alce la voz en medio de un conflicto y a medida que las emociones se vuelven más intensas. Como es de suponer, no nos dirigimos del mismo modo al ser amado cuando estamos tranquilos que cuando experimentamos cierta frustración. El grito conforma también una forma de catarsis emocional, y en ocasiones cuesta regularlo.
Una investigación de la Universidad de Zúrich afirma que hay al menos 6 tipos de gritos en el ser humano y todos están mediados por nuestra carga emocional. Por tanto, que suceda esto entra dentro de lo “normal”. Hay veces en que, de forma puntual, las emociones nos “secuestran” y se apaga, momentáneamente, esa área más reflexiva del nuestro cerebro.
El problema llega cuando compartimos vida con una persona que hace del grito su forma de comunicación. En estos casos, se evidencia una forma de maltrato que es conveniente abordar y atajar.
¿Por qué me grita mi pareja cuando discutimos?
“¿Podrías hablarme sin recurrir al grito?”. Es muy posible que más de una persona haya pronunciado esta frase infinidad de veces a quien le levanta la voz. Y, por lo general, eluden la respuesta. De hecho, es común que, lejos de responsabilizarse de su conducta, atribuyan al otro la responsabilidad de lo sucedido. Porque quien usa el grito como forma de comunicación no siempre ve un problema en ello.
La razón de no querer tomar conciencia de esa dinámica destructiva en una relación puede deberse a varios factores. Los analizamos:
- Haber crecido en una familia que también recurría al grito de forma constante.
- Asimismo, haber tenido unos progenitores violentos eleva la hipervigilancia, el “estallar” en casi cualquier momento como resultado de ese trauma latente no abordado. Pensemos que tener un trastorno de estrés postraumático, por ejemplo, favorece siempre unas reacciones más emocionales en las que se pasa por alto el filtrado reflexivo o racional.
- Baja resistencia a la frustración, intolerancia a que le lleven la contraria. Hay quien ve una discrepancia como una forma de amenaza y reacciona con violencia. Algo sin duda altamente problemático.
- La mala gestión emocional también está presente en múltiples problemas mentales, como el trastorno límite de personalidad.
- También puede darse otra realidad más problemática. En ocasiones, hay personas con un nivel muy bajo de empatía habituadas a descargar su ira hacia los demás. El grito se convierte en un recurso con el que invalidar al otro e imponer su poder.
¿Qué puedo hacer si mi pareja siempre alza demasiado la voz?
Si mi pareja me grita cuando discutimos y dicha práctica es una constante, esa relación está en crisis. Lo está porque nadie puede vivir ni tolerar tanta tensión, desgaste y agresión emocional. Recordemos que levantar la voz de manera constante al ser amado es una forma de agresión psicológica y, por tanto, algo que no podemos tolerar.
Ahora bien, ¿significa esto que debemos poner distancia y romper al instante dicho vínculo? En caso de que la convivencia sea correcta, respetuosa y solo pierda los papeles durante las discusiones y las discrepancias, vale la pena abordar el problema. Estas son las claves que podríamos llevar a cabo.
1. Si hay grito, no hay comunicación
En el momento en que tu pareja eleve la voz en medio de una discusión, niégate a continuar. Hazle ver que esa dinámica no es válida ni permisible. Lo último que debemos hacer es imitarle, gritar más alto. Evitemos esa situación y recurramos al silencio en cuando su tono sea agresivo y desmesuradamente alto.
2. Pregúntale por qué recurre al grito
“¿Te gritaban en casa? ¿Por qué necesitas elevar la voz a la hora de comunicar? ¿Qué sientes cuando discutimos? ¿Ves las discrepancias entre nosotros como una forma de amenaza?”. Sondeemos la razón por la que nuestra pareja necesita recurrir al grito, intentemos al menos que haga un ejercicio de autoconciencia.
3. Pide cambios en la forma de comunicar e incentiva su empatía
Nadie merece vivir en una relación en la que los gritos son una constante. Levantar la voz de manera puntual, esporádica y aislada durante alguna discrepancia, es común en una relación. Sin embargo, cuando dicha dinámica es de lo más recurrente, exijamos cambios.
Explica a tu pareja lo que sientes cuando te grita, logra que empatice contigo. Déjale claro que no puedes seguir en dicha dinámica y que, por tanto, debe comunicarse mejor.
Anímale a ir a terapia en caso de que se vea sobrepasado en dichas situaciones y no sepa cómo manejar sus emociones.
4. En caso de no ver cambios, toma una decisión
Si mi pareja me grita y no atiende a mis demandas de cambio, ni empatiza en cómo me siento, deberé tomar una decisión. Bien es cierto que resulta difícil dejar atrás una forma de comunicación en la que, posiblemente, uno se ha educado. Sin embargo, tarde o temprano, quien eleva la voz, debe darse cuenta de los efectos nocivos de dicha costumbre.
En caso de que no desee hacer nada por manejar esa dinámica tan lesiva, en nuestras manos está pensar qué deseamos para nuestra vida. Evitemos reforzar el pensamiento mágico y la idea de que en algún momento cambiará. Porque si no lo ha hecho ya, nunca lo hará.