Nos va a costar, no hay espacio para dudarlo. Habremos de emplearnos a fondo para crear y establecer rutas nuevas, porque en el intento por revivir el pasado, inevitablemente que nos vamos a encontrar con resbaladillas oxidadas, pastizales y sueños vueltos cenizas y una gran nostalgia bordada de moho. Nos costará demasiado, si lo que hacemos es fundar certezas nuevas desde la silla frágil de este tan incierto presente.
De pronto quisiéramos que el tiempo se detuviera, que los relojes no caminaran, y que se pudiera hacer un paréntesis de tiempo dentro del tiempo para reflexionar, esto bien pudiera dar lugar a algún poema, sin embargo, ya lo han dicho algunos grandes poetas antes, la poesía no hace que sucedan hechos o cosas. Inevitable e indiferente el planeta seguirá gira que gira, mientras que aquí en nuestro derredor e interior, estamos sumergidos muchos y tantos en un ineludible y recóndito dolor, obligados a reconocer que nada volverá a ser como antes.
¿Cómo algo puede ser como antes si hemos sufrido millones de pérdidas? ¿si son millones de almas con sus respectivos crespones, y al parecer hay millones de crespones buscando más almas? No, me desdigo, no es un paréntesis dentro del tiempo, lo que necesitamos es un paréntesis ante la muerte. Sufrida, soportada en la cáscara de nuestros huesos que es la piel del desconsuelo, en la aflicción de los besos, de los abrazos que no fueron y que ya no serán, y en la pena de la amarga y “sana distancia”, que nos acostumbra al desapego de los elementos, de los objetos y al calor de los fraternales abrazos, en el retiro impuesto y “necesario” que enclaustra la esperanza y diluye el transcurso.
Terminamos por asumir lo inevitable, resignarnos ante lo insoslayable, incorporamos la pandemia a la vida sabiendo que los relojes no se detendrán. No obstante, ¿como ser capaces de dejar atrás la tribulación que causa este fatal estribillo que con rítmica terquedad no deja de sonar?, ola que no renuncia y que por tercera vez ataca, como las olas que sabemos de origen lejano y que besan codiciosamente la arena sin cesar, en estos días y tiempos de pausa, en los que cada vez más se confunde la idea de la verdadera profundidad del pozo.
Habrá futuro, tampoco hay espacio para la duda, y tendría que ser un futuro que nos acerque al pasado, que haga que lo evoquemos, que nos obligue a ponderar y considerar, que volver a mirar los escenarios en los que habitábamos si bien nos aliviará, también nos lastimará la frivolidad y la inconciencia de las ruinas que hemos venido dejando detrás nuestro, huellas que contemplaremos quizá con un dejo de melancolía y nostalgia por todo aquello que no volverá a ser como antes. En mi opinión, volver al punto de partida y a lo que hemos provocado y permitido que nos suceda a lo largo de los siglos, cada vez veo con mayor luminosidad una serie de acciones insanas desde una perspectiva humana que se satisface con cosas nocivas.
Al final es una reflexión sobre la condición humana luego de tres enormes olas y dos veranos soportándolas, constatando que, en la sociedad del riesgo, el riesgo cero no existe, así es que el nefasto debut de la pandemia nos obliga a la pregunta del impacto que ha tenido en los rubros sanitario y socioeconómico pero principalmente en el de nuestras conciencias, y que en esta era de la globalización, no solamente se globalizan entre oras cosas, crisis financieras, terrorismo o cambio climático, sino también las epidemias que luego tienden a ser endémicas, en tiempos en los que las circunstancias prometen que los hijos vivirán peor que los padres.
La urgencia es universal, y las respuestas y las nuevas rutas para que sean realmente eficaces deben ser igualmente universales, caer en cuenta de que la globalización importante y necesaria es la de la franca vinculación con los sentidos de mutua dependencia, solidaridad y responsabilidad, así como en el plano interpersonal, proyectos de vida que superen la crisis de opulencia que sin duda padecemos, privilegiando la bonhomía y la sana convivencia sobre la rivalidad y la competencia.
A las arengas de los gobernantes de todo el mundo que al inicio de la pandemia introdujeron conceptos como el confinamiento, la caída de la curva, la nueva normalidad, inmunidad de rebaño, etc., habría que contraponer la ética del cuidado en el más estricto sentido y significado de la palabra, llevar a la uniformidad de políticas públicas globales la exigencia de ser cuidadosos y asumir responsabilidades mutuas.
La política neoliberal, disminuyó el esquema sanitario y es innegable que favoreció el individualismo, relegando el cuidado de nuestros conciudadanos. El cambio que sin duda está en gestación, debe ocuparse no exclusivamente para orientar nuevas políticas públicas, sino para dotar a los sistemas de salud de la importancia y de los recursos que se le restaron, dándole verdadero y sustantivo valor a la ética del cuidado entre todos, de los servicios públicos y de una transformación para bien de las relaciones interpersonales, pudiendo ser esta la gran lección que no estamos observando de la pandemia.
Nos va a costar, no hay espacio para dudarlo. Habremos de emplearnos a fondo para crear y establecer rutas nuevas, porque en el intento por revivir el pasado, inevitablemente que nos vamos a encontrar con resbaladillas oxidadas, pastizales y sueños vueltos cenizas y una gran nostalgia bordada de moho. Nos costará demasiado, si lo que hacemos es fundar certezas nuevas desde la silla frágil de este tan incierto presente.
Los relojes no dejarán de caminar.
Les abrazo.