Por Yolanda Ruiz

Un hombre se desploma en plena calle de Madrid mientras trabaja en la limpieza de calles. Horas después muere y la causa del deceso es el golpe de calor. Estaba trabajando a la intemperie bajo 40 grados de temperatura.

En el mes de julio son ocho las personas muertas y 11.000 las familias afectadas por las lluvias. Aunque han disminuido ha sido un invierno largo y doloroso. Mientras tanto hay mortandad de ganado en México por la extrema sequía. En el norte de Londres el aeropuerto de Luton suspende todas sus operaciones porque parte de la pista se está derritiendo. En París hay alerta roja por clima extremo y la ciudad está cubierta por una densa nube de humo que viene de los incendios forestales. En China un puente se parte en dos por el calor, mientras trabajadores de la salud colapsan bajo sus trajes de protección para el covid. Estas noticias son algunas, solamente algunas, de las que se han publicado en una semana del mes de julio en el mundo. El clima ya cambió, está matando y salvar vidas debería ser prioridad.

La ola de calor que viven Europa, Estados Unidos y China ha sido histórica en varias ciudades que nunca habían tenido que padecer temperaturas extremas por encima de 40 grados centígrados y que no están preparadas para enfrentarlas. Y es que el gran reto de hoy no es solamente tratar de frenar el cambio climático y evitar que el planeta se siga calentando, el reto es también adaptarnos a lo que está ocurriendo para tratar de mitigar el impacto. Si el clima nos golpea hay que tomar decisiones para sobrevivir. Después de la muerte del trabajador del servicio de aseo en Madrid se reabrió en España el debate sobre los horarios y las jornadas de los trabajadores que laboran en la calle en los tiempos de temperaturas extremas. Si esto es lo que hay, es claro que debemos ajustarnos para que no haya tantas muertes. Lo mismo se tendrá que pensar en países, como Colombia y México, golpeados por olas de sequía o de lluvias intensas y prolongadas. Prevenir es la clave: reubicar comunidades, salir de las zonas de riesgo, reforestar, prepararse en tiempos de lluvia para la sequía… Debemos entender que lo extremo es hoy lo habitual y no hay manera de escapar del planeta por eso la vida se debe ajustar a esta realidad.

Otro ingrediente que debemos atender cuando hablamos de cambio climático es que el mayor impacto lo sienten los más vulnerables. Una cosa es trabajar en una oficina con aire acondicionado con la canícula afuera y otra estar barriendo calles bajo el rayo del sol. Cientos de trabajadores, muchos de ellos migrantes que viven en condiciones precarias en Europa, pasan el pico de calor en tareas al aire libre o en situaciones difíciles y luego regresan a sus casas que son espacios diminutos, en donde viven muchas veces hacinados y sin adecuada ventilación. Son también los más vulnerables quienes en Colombia viven en zonas de riesgo. Son los que se mueven de un lugar a otro mientras son desplazados por la violencia o la tragedia los que pierden también sus casas por el río desbordado. El impacto del cambio climático es un asunto social y económico también y adaptarse a él requiere unos recursos que la mayoría no tiene.

Mientras las decisiones que se deben tomar para enfrentar el calentamiento se van discutiendo y adoptando con una lentitud aterradora, las consecuencias de los climas extremos ya son una realidad y cuestan vidas de humanos y animales. Lo peor es que, empujados por la guerra en Ucrania, hoy muchos países están dejando para después sus planes de cambio hacia energías más limpias. El carbón y el petróleo seguirán siendo los protagonistas por largas décadas y esa guerra hace perder tiempo valioso en el proceso de transformación energética del planeta. No basta con hacer declaraciones de buenas intenciones, debemos actuar ya y mientras se logra frenar el calentamiento global, hay que adaptar la vida al clima extremo para sobrevivir.