Cuando se detectó el COVID-19, en diciembre del 2019, el uso de cubrebocas fue una de las primeras medidas -si no la primera de ellas- que se estableció para evitar la propagación del SARS-CoV-2. Sin embargo, estas máscaras quirúrgicas no fueron diseñadas para contener al virus específicamente, sino para filtrar partículas de polvo o evitar la diseminación de otro tipo de microorganismos.

En la actualidad, expertos de la American Chemical Society (ACS) fabricaron una nueva clase de cubrebocas que, además de tomar en cuenta el tamaño de los aerosoles -las microgotas que espiramos al hablar, toser y estornudar-, están pensados para la comodidad de quienes lo usan, pues la mascarilla es capaz de modular -por sí misma- el tamaño de sus poros frente a condiciones cambiantes.

El estudio, publicado en “Eureka Alert!”, explica que este cubrebocas se adapta a las diferentes actividades que se realizan en la cotidianidad. Por ejemplo, cuando una persona realiza ejercicio o alguna actividad física, o cuando se enfrente a diversos niveles de contaminación del aire. Esta gestión de cambios permite que aquellos quienes lo usen puedan respirar mejor cuando no se requieren los niveles más altos de filtración.

Esta tecnología fue ideada, luego que los expertos se percatan que, en algunas circunstancias, no se necesitan altos niveles de filtración para salvaguardar la salud de una persona.

Esto ocurre cuando los niveles de contaminación del aire son bajos. Otro de los casos en que, una persona no requiere filtraciones de alta demanda es cuando alguien hace ejercicio al aire libre y sin compañía, actividad que genera un riesgo muy bajo de contraer el COVID-19.

Las mascarillas convencionales no se ajustan a las diferentes circunstancias, por lo que -al cabo de un tiempo- la respiración atrapada y exhalada puede crear sensaciones de calor, humedad, mal aliento e incomodidad. Fue así que, Seung Hwan Ko -líder del estudio- y sus colegas crearon un respirador con ajustes automáticos.

El secreto detrás de estos cubrebocas dinámicos es el filtro con el que fueron diseñados, ya que gracias a su aire dinámico con microporos que se expanden cuando se estira el filtro, lo que permite que pase más aire.

“Se logró un gran aumento en la transpirabilidad del filtro, que estaba hecho de nanofibras electrohiladas, con sólo una pérdida de aproximadamente un 6% en la eficiencia de filtración”, señala el documento.

Para que la mascarilla identifique cuando la persona requiere de un máximo u menor filtro, los especialistas colocaron una camilla alrededor del filtro, conectada a un dispositivo portátil que contiene un sensor, una bomba de aire y un microcontrolador.

“El dispositivo se comunica de forma inalámbrica con una computadora externa que ejecuta un software de inteligencia artificial (IA) que reacciona a las partículas en el aire, así como a los cambios en los patrones respiratorios del usuario durante el ejercicio”, indicaron sus creadores.

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