Enfoque Informativo

  • El comandante Diógenes Munhoz ha salvado 57 vidas directamente y muchas más a través de un curso que enseña un abordaje humano de los intentos de suicidio

En 2005, el comandante Diógenes Munhoz, que forma parte del Cuerpo de Bomberos de Sao Paulo, atendió un hecho relativamente común para su equipo.

Una persona se había subido a una torre de transmisión de señal de teléfono celular con la intención de suicidarse.

Podría haber sido el final de una vida, pero no lo fue.

El episodio terminó por darle a Munhoz una idea que salvaría muchas más vidas a partir de entonces.

“Me di cuenta de que incluso si la persona desistía, no necesariamente el resultado era positivo”, afirma.

“Nosotros, y me refiero no solo a mi equipo, sino también a los policías y profesionales que también manejan estos casos, no estábamos instruidos para preocuparnos por esa persona en profundidad. Estas salidas se tratan simplemente como una llamada más”.

El procedimiento del manual, cuenta, es que “distraes a la persona y la agarras, y así acaba el incidente para nosotros. No nos preocupamos por lo que pasa después”, dice Munhoz.

Otras opciones utilizadas por los equipos de emergencia son las de usar potentes mangueras de agua y tasers (que provocan descargas), con los que se pretende alejar del peligro a la persona que intenta suicidarse.

Pero a juicio del comandante, estos métodos solo agravaban la situación sin brindar ningún apoyo a la persona.

En esa torre de de transmisión, el bombero pasó seis horas con la persona en riesgo.

Durante los primeros treinta minutos solo estuvieron ellos dos.

“Conocí a ese hombre. Entré en su mundo y en su historia, y empecé a comprender que tenía una vida llena de sufrimiento, de angustia y también de victorias. Después de una hora allá arriba, lo último que quería era que Alcides (no es su nombre real) muriera”.

Munhoz se pusó en contacto con el CVV (Centro de Valoración de la Vida), una herramienta pública de Brasil que brinda apoyo emocional y prevención del suicidio.

Allí recibió sus primeras lecciones sobre escucha compasiva, y comenzó a leer y escribir sobre el tema, y a participar en simposios y conferencias.

Fueron necesarios diez años de estudio hasta que el comandante creó una técnica para ayudar a las personas que intentan quitarse la vida.

Con base en la investigación y la experiencia, creó como proyecto de maestría un curso que ahora se aplica en los servicios públicos de emergencia en 20 estados brasileños y está abierto a profesionales de otras áreas, como médicos, psicólogos y otros profesionales que se ocupan del tema directa o indirectamente.

Qué ofrece el curso

Son 40 horas de clase en una semana que abarcan siete temas, entre ellos fases del enfoque de disuasión, diferencias entre tipos de intentos, prevención del suicidio y con un enfoque más amplio hay un módulo sobre salud mental.

“Quienes pasan por el entrenamiento aprenden, entre otras cosas, a distinguir los tipos de personas que lo intentan, que se clasifican en agresivos, psicóticos o depresivos”, explica el comandante.

“Hay siete herramientas de lenguaje y señales corporales que puede utilizar la persona que se tiene que acercar a ellos. La clave de la técnica es no hablarle a un depresivo de la misma manera, con los mismos gestos, que lo haría si me acerco a una persona psicótica”, apunta Munhoz.

Otro cambio que ocurrió después de la creación del curso es el tipo de atención médica que recibe el suicida.

Antes, la persona era llevada a la sala de emergencias más cercana. La mayoría de las veces no la atendía un psiquiatra, sino un médico general.

Hoy se prevé la derivación a los CAPS (Centros de Atención Psicosocial) y se abre la posibilidad de una hospitalización.

“Cuando una persona es solo medicada y dada de alta, hay muchas posibilidades de que intente suicidarse de nuevo”.

La depresión, principal causa de intento de suicidio

Según la ABP (Asociación Brasileña de Psiquiatría), alrededor del 97 % de los suicidios están relacionados con trastornos mentales, especialmente la depresión.

La enfermedad es un problema de salud pública en muchos países.

En los casos de depresión resistente al tratamiento -cuando fracasan dos tratamientos previos administrados en dosis y tiempo adecuados- se estima que el riesgo de muerte por suicidio se multiplica por siete.

Según un estudio reciente publicado en la revista The Lancet, hasta el 80 % de las personas afectadas por la enfermedad en el mundo ni siquiera tienen un diagnóstico.

Muchos expertos creen que todavía hay una falta de comprensión sobre su gravedad y su impacto en la vida del paciente y en todos los que lo rodean.