El escritor colombiano Gabriel García Márquez fue el reconocido autor de obras como “Cien años de soledad” o “El amor en los tiempos del cólera”, libros que forman parte de esas lecturas que todo buen lector entiende como obligadas.
Lejos de ser únicamente el genio detrás de obras tan universales, Gabriel García Márquez también supo reconocer el talento en otros compañeros de profesión y de creación que lo enamoraron con sus palabras y sus historias.
1. La metamorfosis, de Franz Kafka
“(…) nunca más volví a dormir con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: ‘Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto’.”
2. Moby Dick, de Herman Melville
“(Gustavo Ibarra) Me descubrió a Melville: la proeza literaria de Moby Dick, el grandioso sermón sobre Jonas para los balleneros curtidos en todos los mares del mundo bajo la inmensa bóveda construida con costillares de ballenas”.
3. Luz de agosto, de William Faulkner
“Yo había comprado en el puerto una buena provisión de cigarrillos de los más baratos, de tabaco negro y con un papel al que poco le faltaba para ser de estraza, y empecé a fumar a mi manera de entonces, encendiendo uno con la colilla del otro, mientras releía Luz de agosto de William Faulkner, que era entonces el más fiel de mis demonios tutelares”.
4. Ulises, de James Joyce
“Leí a pedazos y tropezones el Ulises de James Joyce hasta que la paciencia no me dio para más. Fue una temeridad prematura. Años después, ya de adulto sumiso, me di a la tarea de releerlo en serio, y no solo fue el descubrimiento de un mundo propio que nunca sospeché dentro de mí, sino además una ayuda técnica invaluable para la libertad del lenguaje, el manejo del tiempo y las estructuras de mis libros.”
5. El viejo y el mar, de Ernest Hemingway
“La lectura inesperada de El viejo y el mar, de Hemingway, que llegó de sorpresa en la revista Life en Español, acabó de restablecerme de mis quebrantos. (…) Yo conocía entonces la entrevista histórica que George Plimpton le hizo a Ernest Hemingway en The París Review sobre el proceso de convertir un personaje de la vida real en un personaje de novela. Hemingway le contestó: ‘Si yo explicara cómo se hace eso, algunas veces sería un manual para los abogados especialistas en casos de difamación'”.
6. La señora Dalloway de Virginia Woolf
“Álvaro Cepeda me mostró sus libros favoritos, en español e inglés, y hablaba de cada uno con la voz oxidada, los cabellos alborotados y los ojos más dementes que nunca. Habló de Azorín y Saroyan y de otros cuyas vidas públicas y privadas conocía hasta en calzoncillos. Fue la primera vez que oí el nombre de Virginia Woolf, que él llamaba la vieja Woolf, como al viejo Faulkner (…) Por fin se conformó con regalarme la versión en español de La señora Dalloway de Virginia Woolf, con el pronóstico inapelable de que me la aprendería de memoria”.
7. Las mil y una noches
“El cuento que más me gustó (uno de los más cortos y el más sencillo que he leído) siguió pareciéndome el mejor por el resto de mi vida, aunque ahora no estoy seguro de que fuera allí donde lo leí, ni nadie ha podido aclarármelo. El cuento es éste: un pescador prometió a una vecina regalarle el primer pescado que sacara si le prestaba un plomo para su atarraya, y cuando la mujer abrió el pescado para freírlo tenía dentro un diamante del tamaño de una almendra”.
8. La montaña mágica de Thomas Mann
“Los buenos tiempos empezaron con Nostradamus y El hombre de la máscara de hierro, que complacieron a todos. Lo que todavía no me explico es el éxito atronador de La montaña mágica, de Thomas Mann, que requirió la intervención del rector para impedir que pasáramos la noche en vela esperando un beso de Hans Castorp y Clawdia Chauchat”.
9. Edipo rey de Sofócles
Esto coincidía con mi determinación de aprender a construir una estructura al mismo tiempo verosímil y fantástica, pero sin resquicios. Con modelos perfectos y esquivos, como Edipo rey, de Sófocles, cuyo protagonista investiga el asesinato de su padre y termina por descubrir que él mismo es el asesino”.