Por Oscar Athié

“Existen dos tipos de dolor: el propio, que es un dolor insoportable, y el ajeno, que es un dolor exagerado”. Jaume Peruch.

La frase anterior no deja de tener un humor mordaz, siendo crítica, irónica y muy lúcida al mismo tiempo. Es a mi parecer una muy curiosa perspectiva acerca de la forma en que contemplamos sentimos y vivimos el dolor.

¿Como nos abstraemos del dolor? ¿Cómo fingir indiferencia cuando vemos en forma constante hechos y sucesos que literalmente nos golpean directamente a los ojos y a nuestro interior? La cruda realidad puede sacudirnos en ocasiones en formas muy perversas.

Puede ser que sean noticias o incluso rumores de tierras lejanas, sin embargo el terror se entiende sin la necesidad de estar cercanos geográficamente. Vemos por ejemplo a mujeres en total desesperación entregando a sus hijos a soldados desconocidos para que los lleven lejos del infierno en que viven en Afganistán. En Haití ver a madres que en forma literal pelean entre ellas para poder llevar comida a sus familias, rodeadas de una horrorosa miseria luego de la tormenta y el terremoto recientes. Imposible no estremecerse frente a estos hechos. Y, sin embargo, por puro instinto de supervivencia, por salvaguardar algo de la poca paz interior que aún nos queda, preferimos no pensar en lo que hemos visto o leído.

Un reciente estudio de la Universidad de California, publicado por la revista Science hace ya más de diez años, concluyó que las diferencias que hacían que el dolor físico y el del alma se consideraran cosas distintas no existen desde el punto de vista neurológico. O sea que un gran sufrimiento puede generar un dolor físico semejante que tiene la misma estructura funcional en el cerebro.

Quizá esta sea la forma de racionalizar y explicar el porque nos solidarizamos con el dolor de otros, sin embargo, y al mismo tiempo, solemos interiorizarnos dentro de nuestro caparazón para no pensar demasiado en lo que ocurre allá, acuyá y a nuestro alrededor.

Otro estudio reciente, este de la Universidad de Londres, nos dice que lo mejor para reducir el dolor, es buscar debilitar el procesamiento de la información sensorial confundiendo al cerebro, para lo que tenemos un muy amplio menú de distractores, pero, ¿Cómo poner en práctica estos distractores cuando la realidad resulta tan obvia y nos golpea tan directamente? La verdad que no veo otra más que la de ponerle cinismo al tema, pensando que lo que ocurre en aquellos remotos lugares nada tiene que ver con lo que nos sucede aquí en corto en nuestro día a día, quizá nada más allá de noticias que comentar, y que quizá al final todo es una exageración de los medios de comunicación que se dedican a “vender” tristezas ajenas, creyendo que esas tragedias por lo lejanas, solo ocurren por allá y a otros y nunca a nosotros.

Sin embargo, la realidad no es tan lejana como a veces quisieramos creerlo, a veces basta tan solo con mirar con atención lo que sucede ahí, enfrente de nosotros o detrás de la barda, de alguna puerta o para no errar, detrás de las almas, para encontrar fuentes de dolor muy grandes.

Con tanta nota mala, noticias puntuales o no, parece que hay una constante repetición de un nefasto mensaje: “De esto se trata el mundo, esto es lo que hay y poco puede hacerse para cambiarlo”. Creo que este es un mensaje de desesperación, de impotencia y algo así como una advertencia de que el conocimiento de las cosas no necesariamente puede transformarse en una energía positiva que pueda cambiarlas, incluso y peor aún, este mensaje tan repetitivo, puede llegar a aturdirnos de tal forma que la impresión de que el cambio es complejo sino imposible, podamos llegar a creerlo.

Ante tal impotencia manejada por medio de miradas vacías, miedosas, frente al otro que nos refleja a nosotros mismos, la posibilidad de la compasión y la conmoción como emociones generadoras de acción, nos hacen reivindicar la recuperación de una mi­rada sensible, encarnada, de reconocimiento del otro como parte de un nosotros.

Finalmente se nos presenta una elección activa y militante. Ante el sufrimiento y el dolor del otro, tenemos dos opciones,: caer en la reacción del miedo, instrumentalizando políticamente a través del terror y las doctrinas de la seguridad, o apostar por una mirada sensible, capaz de reconocer la vulnerabilidad mutua y de construir un nosotros conjunto, que es lo que al final del todo, en realidad somos.

Somos Alma, es decir, el Alma es un cuerpo que al igual que el cuerpo físico, tiene sus órganos, sus partes, aparatos, sistemas etc., estos componentes son los sistemas de sentimientos y emociones, está el aparato de los pensamientos, los órganos de valores, creencias y hábitos, las partes de los objetivos, dudas y certezas, los miedos y amores que guardamos, y el cuerpo físico es simplemente otra de sus partes en una continua interacción, como el flujo constate de nuestra sangre, la transmisión entre nuestras neuronas, el funcionamiento de nuestro corazón, igual lo hacen pensamientos, sueños y temores en nuestra Alma.

No podemos abstraernos por medio del cinismo del dolor ajeno, este mundo podemos cambiarlo solo con verdadera y sana voluntad y poniendo de moda la compasión y la solidaridad para con los demás, lo que definitivamente y a estas alturas de la descomposición, no será otra cosa que curarnos a nosotros mismos.

Les abrazo.

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