Enfoque Informativo

Las procesiones de Semana Santa en las que se practica el castigo físico y la autoflagelación suelen contar con la complicidad de fieles y turistas

En localidades de Filipinas, España, México y El Salvador  se siguen llevando a cabo representaciones extremas de la Pasión de Cristo, a pesar de que en algunos casos son reprobadas por la Iglesia Católica.

Las procesiones de Semana Santa en las que se practica el castigo físico y la autoflagelación suelen contar con la complicidad de fieles y turistas que, cada año, acuden en masa para disfrutar de estas escenas chocantes en las que los penitentes ponen a prueba su fe emulando los sufrimientos del nazareno durante su agonía.

El calvario filipino

El calvario filipino concluye con una crucifixión literal, con clavos de ocho centímetros perforando las manos y los pies del penitente para recrear con el mayor realismo posible la muerte de Cristo. Los figurantes, entre los que también hay mujeres, permanecen unos diez minutos clavados en la cruz antes de ser descolgados para una revisión médica luego de realizar un acto de comunión suprema, reproduciendo escrupulosamente el último padecimiento del nazareno en una secuencia tan intensa como macabra.

Los Entrecruzados de Taxco

La población mexicana de Taxco es otro de los lugares que ocupa un espacio destacado en el ranking planetario de las puestas en escena más impactantes de la Semana Santa, como es la procesión de los Entrecruzados.

Centenares de encapuchados recorren descalzos unos dos kilómetros por las angostas calles empedradas del centro histórico de la localidad cargando a sus espaldas pesados rollos de espinas, acompañados por los flagelantes que se azotan las espaldas con látigos rematados con clavos, los que les provoca llagas sangrantes. Para que no falte nada en este lúgubre escenario, en la procesión participan también las ánimas, mujeres vestidas de negro que arrastran cadenas y llevan cruces.

El Salvador: un latigazo, un pecado menos

Una representación más lúdica y mucho menos dolorosa, es la que tiene lugar en El Salvador, concretamente en las localidades de Texistepeque y Chalchuapa, donde los conocidos como diablos o talcigüines toman las calles encapuchados, ataviados de rojo y blandiendo cintas de cuero para dedicarse a soltar latigazos indiscriminadamente; también a los transeúntes que se cruzan en su camino.

El martirio en San Vicente de la Sonsierra

En San Vicente de la Sonsierra, un pequeño pueblo de La Rioja, subsiste la tradición medieval de los «picaos», por la que durante la procesión de Jueves Santo y el Viacrucis del Viernes los penitentes pasean por el pueblo descalzos, encapuchados y azotándose la espalda por encima del hombro, alternativamente. Se autoinfligen cada uno entre 800 y mil latigazos, mientras otro cófrade golpea levemente sobre los moretones con una bola de cera que lleva incrustados seis cristales para hacer brotar la sangre del dorso y evitar mayores complicaciones. Cuando acaba el martirio, el penitente recibe una cura con agua de romero.

El misterio de los «empalaos»

Los «empalaos» de Valverde de la Vera, en Cáceres, también compiten a su manera por fabricar las escenas más sobrecogedoras. En una de las tradiciones más misteriosas y siniestras de la Semana Santa española, los torsos y los brazos de los penitentes son amarrados por completo con una soga de esparto para quedar atados en cruz a un timón de arado.

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