“Cuando el Fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable” Voltaire.
Se pasan y se corren los años, el tiempo transcurre y los detalles pueden ser irrecuperables, sin embargo, no es difícil conjeturar sobre los mismos. Y conjeturamos ante lo que percibimos, ante lo que tenemos enfrente y afecta nuestra vida para bien o para mal.
Podemos escuchar cientos de discursos y noticias, de cualquier color y de cualquier sesgo y favoritismo, de éste o de aquel político, de aquel o de éste comunicólogo, de aquel que se defiende y del que lo ataca y viceversa, y desde luego hurgar en la historia, la que nos enseñaron en la escuela que viene desde nuestros principios hasta la historia que apenas ayer sucedió. Es pues inevitable percatarnos que históricamente y hasta la fecha, para generar se ha necesitado del permiso de quienes pobremente generan, inevitable advertir que los negocios y el dinero se gana en base a favores y cortesanías y no con bienes y servicios. Imposible no reconocer el nacimiento de grandes fortunas gracias al extravío político y al soborno, y no gracias al trabajo y al esfuerzo honesto, y que encima se han creado leyes para la protección de los primeros por encima de los segundos. No podemos dejar de percibir e incluso notar con claridad en algunos casos, que la corrupción se recompensa y que la honestidad es una especie de autosacrificio.
Hoy al parecer la sociedad está condenada a los caprichos del poder. Maquiavelo en su momento lo expuso muy detalladamente: “El principal fin de la política es conservar exitosamente el poder, ya que para mantener el poder lo importante no es seguir la moral, sino hacer lo que sea necesario para la conservación del Estado”. Muy contrario a lo expuesto por Aristóteles: “De un Estado sano y moral surgen individuos sanos y morales, y todas las medidas políticas deberán estar orientadas hacia la paz”. Aquí, con estos dos enunciados, la conjetura se da por si sola en relación a los tiempos en los que vivimos en el mundo y particularmente en México.
Digo que la sociedad al parecer está condenada porque sin duda que deambula en el limbo de esos caprichos y de esas voluntades, las que históricamente no han sido más que enroques de poder entre poderosos, desde aquellos que ya les venía de abolengo y hasta de tradición, hasta de aquellos que a pesar de carecer de credenciales, accedieron por medio de la fuerza, despertando fanatismo y seguimiento al líder, pero siempre apoyados por el poderoso que estaba en la banca, y de ahí el enroque, el nacimiento de nuevas “dinastías”, con el decrecimiento de los antes favoritos, que lo harán todo para volver, con el crecimiento de los nuevos favoritos, que lo harán todo para sostenerse, y con el mantenimiento de aquellos que saben jugar siempre del lado conveniente, ¿y la sociedad y/o el pueblo? Esos no pierden su sitio nunca en la base o la parte más baja de la pirámide, aunque paradójicamente, son elementales y usados siempre para llegar a su cúspide.
La coherencia y el fanatismo dependen casi siempre de estrategias de pensamiento, y las situaciones políticas suelen caracterizarse por las ideas, y estas como nacen y se dirigen a personas, son indubitablemente personales y por lo tanto con repercusiones afectivas, por lo que las definiciones resultan inevitablemente desde una perspectiva sentimental, de ahí que percibo en mucha gente, que la situación en general por la que cruzamos produce una alargada sombra de tristeza entre quienes desde luego me incluyo.
En teoría, ser de izquierda implica la negación a caer en los peligros de la marginalidad, en el orgullo de lo puritano, en creer que se posee una verdad única e irrefutable, y que todos los demás son traidores. Resultan peligrosos los procesos de dogmatización de la debilidad social de cualquier fuerza política, y especialmente incoherentes en posiciones de izquierda.
Luego de determinadas declaraciones, posturas, acciones, ataques, defensas, resultados y demás, de líderes tanto de izquierda como de derecha en el mundo y en nuestro país, se percibe enojo, tristeza y desilusión. Una fuerza política, cualquiera que sea, no puede vivir del rencor, de la polarización y del ajuste de cuentas contra sus opositores. La Democracia no trata en absoluto de hacer lo que sea para conservar el poder, trata incluso de permitir perderlo en aras del interés superior de la comunidad.
Provoca tristeza pues, ver como el poder político representante de cualquier fuerza, se aleja cada vez más de lo que verdaderamente quieren las personas, tristeza ver y escuchar a palabras de discursos vacuos y necios que critican la voluntad del pueblo que los votó. Tristeza la ingenuidad perversa (si cabe el término), de los fanatismos políticos que enceguecen la razón y solo enajenan el sentido crítico y los elementos de juicio con los que se debe contar para elegir objetivamente a los mejores. Tristeza la forma en la que ese fanatismo solo contribuye a caldear los ánimos, a exacerbar odios que incitan a la violencia, y a perseguir a personas que no comulgan con creencias y opiniones de sus adoctrinamientos, terminando siendo vistos como enemigos. Tristeza que el fanático político vea lo que quiere ver en sus líderes, bondades inexistentes, y hasta capaces de acciones tan milagrosas como imposibles, y más tristeza cuando estos líderes lo permiten y consienten, y los consideran verdaderamente patriotas, olvidando el personaje, que siempre lo importante será primero el amor a su país que a ellos.
Cierto es que existen detalles que son irrecuperables y que hay tantas verdades como seres hay en el planeta, sin embargo, cuando la percepción crece, y cuando el número de esas percepciones aumenta en su coincidencia, una verdad común se está construyendo, y será necio aquel que no quiera verlo.
Pienso que nada mejor que comulgar con un ideal político verdaderamente democrático, en el que toda persona debe ser respetada, no estigmatizada y mucho menos, divinizada.
Les abrazo.